keops

Un canto como de oca rompe el silencio en la fría mañana. El Nilo se viste de luto por la pérdida del Faraón. La Gran Pirámide se prepara para recibir al Rey de Reyes… El sonido lo cubre todo de un halo de nostalgia que anuncia el principio de su viaje más allá de la razón, un canto que lo conduce a la Tierra de los Muertos.

Las pirámides han fascinado al hombre desde los albores de la civilización. Pero una en singular ha maravillado, deslumbrado, fascinado y otros tantos cientos de “ados”, a eruditos y viajeros de todos los tiempos y rincones del planeta: la Gran Pirámide de Gizeh, la de Keops. Colosal edificación situada en el norte de la meseta homónima; levantada, de este modo, sobre la considerada tierra del dios Osiris.

Mil y una historias se han tejido sobre ella. Mil y un relatos cabalgando a lomos del mito y la leyenda. Algunos fantásticos y otros que no lo son tanto, eso es seguro. Sin embargo se manifiesta un claro denominador común en la mayoría de ellos: tratar de arrancarle los secretos que, al parecer, a cal y canto, siguen encerrados en la profundidad de las entrañas de la última superviviente de las Siete Maravillas del mundo antiguo.

Quizá por la aureola de misterio que desprende, su grandiosidad o bien a alguna sutil percepción captada más allá de los cinco sentidos… lo cierto es que todos aquellos que han podido acercarse a los enigmas que presenta esta construcción irrepetible, terminan sucumbiendo a sus encantos. Como si una rara especie de sortilegios haya estado ocultando en su interior, el auténtico rostro de la Gran Pirámide. La única construcción con esta forma que tiene más de cuatro caras, como todo buen amante de la egiptología o estudioso de las pirámides sabe. Pero esto último es otra historia.

Verdaderamente la grandeza del monumento ya habla por sí misma. Su sola contemplación “in situ” transmite muchísimo más que la infinita cantidad de ríos de tinta vertidos en honor suyo. Y no han sido pocos los libros destinados a contar sus glorias. Quizá en nuestro tiempo se tiende a pensar que ya está todo dicho sobre las pirámides, pues ciencia y pseudociencia las han abordado desde numerosas ópticas distintas, aparte de encender intensos y acalorados debates. Aun así, algo se nos escapaba todavía. Hasta hoy.

Divinos faraones

Hace casi cinco mil años, Keops, Kefrén y Micerinos, pertenecientes a la IV dinastía del Egipto faraónico, construyeron sendos monumentos con forma piramidal. Si bien nunca se encontraron las momias en sus interiores, su carácter funerario resulta incontestable. Las tres grandes pirámides de Gizeh fueron diseñadas como la última morada para estos reyes, el lugar donde según sus creencias accederían al «Más Allá», a la nueva vida tras la muerte. En aquella época construir pirámides para tal fin estaba de moda, era el último grito. Incluso Esnofru, padre de Keops, se marcó un sorprendente triplete llegando a construir para sí mismo tres de estas superestructuras, que nada tienen que envidiar a las de sus sucesores.

Y es que los reyes de la IV dinastía disfrutaban de los mayores privilegios, gozaron de un poder político que nunca más se volvería a ver, lo que les permitió emprender proyectos arquitectónicos inalcanzables para el resto de los mortales. No en vano, por aquellos tiempos, el faraón estaba considerado un dios en la Tierra. Cosa que invita a imaginar el calado de los sentimientos despertados por su figura entre el pueblo y la inmensa capacidad de reunir trabajadores para sus propios objetivos: uno de ellos el levantamiento de pirámides.

Ciertamente durante el Imperio Antiguo se utilizaron, con excelentes resultados, una gran gama de rocas diferentes como granito, alabastro, diorita y piedra caliza, entre otras. El número de bloques y sarcófagos realizados con estos materiales es abrumador. Casi parece, que si se lo hubiesen propuesto, los egipcios habrían edificado toda la superficie del país.

Los entresijos de la pirámide

La Gran Pirámide es la más laberíntica de todas. En su seno aguardan cámaras y pasajes entrecruzados. Por una parte llenan de sorpresa y admiración al visitante a causa de la complejidad, a la vez que termina por sumergirlo bajo una creciente incomodidad a medida que se avanza por su recorrido, capaz de fatigar al más hábil de los contorsionistas debido a las inquietantes dimensiones que presentan. Los llamados “Canales”, pasajes que conectan las distintas cámaras, no superan los 1,20 metros de altura, haciendo que el desplazamiento por el interior se convierta en una tortura, cuando no en una odisea. No se puede caminar erguido del todo mientras los transitas. Y lo curioso es que utilizaran estas medidas en concreto, cuando resulta evidente que haber utilizado otras más «cómodas» era muchísimo más fácil y práctico a la hora de construirla. Este detalle sumado a la insólita ubicación de las cámaras, más el curioso diseño de algunas de estas, se presta a que las preguntas broten automáticamente ante tal disposición. ¿Por qué los constructores se empeñarían en complicarse la vida con este planteamiento?… (Continua en AÑO CERO 304)

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