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Antiguos dioses instructores llegados de las estrellas
Dios y el hombre, el hombre y dios… ¡qué binomio! ¿Quién acompaña a quién? No sabría responder a la pregunta, la humanidad lleva milenios adorando dioses de todos los colores. A decir verdad le sigo la pista a unos cuantos, pero de momento ni me interesa el más antiguo ni el más auténtico, ando tras varios grupitos de personajes elevados posteriormente al rango de divinidad porque me inquietan profundamente sin poderlo remediar. Se trata de los conocidos como dioses instructores o alienígenas ancestrales, también llamados héroes civilizadores.
A lo largo y ancho de todo el planeta existen leyendas y mitos de “dioses instructores” en el inicio de los tiempos de muchos pueblos distintos, casi podríamos hablar de un fenómeno universal en lo que abarca a las primeras civilizaciones. No hay civilización en el mundo antiguo sin un héroe civilizador de éstos. Reciben diferentes nombres pero sus principales atributos se repiten una y otra vez respondiendo al mismo arquetipo. Dos de sus rasgos más característicos son su procedencia celeste y su vinculación con el agua, cada uno con su propia historia. Por cierto, una de sus aficiones fue dejar la promesa de un futuro regreso. ¡Vaya sembradores de ansia! Ya hubiesen podido dejar un teléfono satélite o algo así para estar en contacto.
Viracocha en el mundo andino descendió desde el cielo sobre donde hoy se encuentra la ciudad de Cuzco e inició un viaje que terminaría en el mar, en el océano Pacífico, después de haber difundido sus enseñanzas civilizadoras. Claro está, prometió que volvería. En tierras mexicas fue Quetzalcoatl para los aztecas, la serpiente emplumada o celeste, el dios encargado de realizar estos menesteres, a menudo se le representaba acompañado del dios de la lluvia Tlaloch en todo tipo de manifestaciones artísticas. Su homólogo maya Kukulkán sigue descendiendo a la Tierra en Chichen-Itzá cada equinoccio de primavera mediante un espectacular efecto de luz y sombra sobre un edificio llamado el castillo.
Varios relatos de dioses instructores llegados de las alturas y portadores de la civilización se repite en China, en India, en la vieja Europa y allá donde uno vaya con ganas de escucharlos, llevaría toda una vida recopilar sus historias. Pero sin lugar a dudas, tanto por sus semejanzas como por las implicaciones que tendrían de confirmarse la veracidad de sus tradiciones, yo destacaría la sumeria y la egipcia recuperadas en los dos últimos siglos por grandes profesionales, y por otro lado la dogón; vigente y viva a día de hoy.
Los dioses instructores de las tres tradiciones reciben diferentes nombres y estas parecen ser independientes unas de otras, no obstante sumerios y egipcios siempre mantuvieron un contacto entre ellos, en cuanto a la dogón, no se sabe muy bien su procedencia. Cuando uno profundiza en los tres mundos se da cuenta de que hablan de lo mismo en muchas ocasiones, cada cual con su propia palabrería. Si llevásemos las cosmogonías a un nivel esquemático por medio de lo que simbolizan algunas deidades y varios símbolos elementales, serian intercambiables en algunos de sus puntos más fuertes. No obstante, aparte de ser tradiciones riquísimas en simbolismo (a menudo las expresiones que usan son clavaditas), también son profusas en astronomía, la cual juro y perjuro que no deja a nadie indiferente una vez desglosada; se le podría colocar un montón de adjetivos a la antigua ciencia celeste pero quizá no sea yo el más apropiado para colgar etiquetas. Además, se necesita algo de espacio para explicarla, un espacio que sí he encontrado en mi libro “NIBIRU. Si no existe habrá que inventarlo”, para todo aquel que esté interesado.
Sin embargo, si os puedo adelantar otros detalles, yo diría que bastante significativos. Los héroes civilizadores de Sumer y del país Dogón, Apkallus y Nommos respectivamente, son seres mitad pez mitad humanos que responden a la misma descripción. Y ambos a la vez junto a los Shemsu Hor del Antiguo Egipto, proceden de un astro muy especial al que se refieren muy lógicamente cada cual con un nombre distinto, pero que en realidad se trata del mismo. NIBIRU, IE PELU TOLO u HORUS DE LA DUAT son diferentes denominaciones de su lugar de origen: un cuerpo celeste del que habría que preguntarse si era una estrella o un planeta, y que forma parte de nuestro Sistema Solar, pues los antiguos lo vieron y dejaron constancia de ello, con lo cual no puede andar muy lejos.
Y vosotros, amigos ¿qué creéis? ¿Es posible que no seamos los únicos “seres inteligentes” del Sistema Solar? Y lo que es más importante si cabe, justo en este momento de la historia ¿Os atreveríais a comprobarlo si estuviese en vuestras manos? ¿A dónde se marcharon los dioses instructores de la antigüedad?