Shemsu Hor: Faraones Egipcios Extraterrestres

extraterrestres en la antigüedad

EL AUTOR DEL PRESENTE REPORTAJE ACABA DE PUBLICAR 50 PRUEBAS DE VISITAS EXTRATERRESTRES EN LA ANTIGÜEDAD (CYDONIA, 2018), OBRA EN LA QUE MUESTRA LA INFLUENCIA DE LOS DIOSES ESTELARES EN DISTINTAS ÉPOCAS Y CIVILIZACIONES DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD. DE TODAS ELLAS, PRESTA UNA ESPECIAL ATENCIÓN A LA EGIPCIA, CUYOS TEXTOS, GRABADOS Y CONSTRUCCIONES APUNTAN A UN CONTACTO CON SERES PROCEDENTES DE LAS ESTRELLAS, QUE LOS PRIMEROS POBLADORES DE LA CITADA CIVILIZACIÓN TOMARON POR DIOSES. A CONTINUACIÓN, MOSTRAMOS LAS 10 MEJORES EVIDENCIAS DE TAL RELACIÓN CON ENTIDADES DE OTROS PLANETAS…

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Por Samuel García Barrajón

Contacto Extraterrestre en el Antiguo Egipto

Las 10 mejores evidencias de la presencia de dioses estelares en los albores de la civilización del Nilo

Civilización fascinante donde las haya, la egipcia fue una de las más importantes de la historia. Sin el Antiguo Egipto, nuestro mundo no sería hoy tal y como lo conocemos, y ya no digamos el ámbito del misterio y los enigmas, donde su ausencia dejaría un inmenso e insustituible vacío.

A veces, entre tanta grandiosidad, resulta difícil fijarse en pequeños detalles. Curiosamente, suelen ser estos últimos los que marcan la diferencia. Ciertas piezas que todavía se guardan en los museos esconden secretos impensables. Incógnitas que suponen una auténtica afrenta a la versión oficial. Piedras, escritos y representaciones insisten una y otra vez en una trama que, de confirmarse, resultaría realmente perturbadora: las deidades egipcias descendieron de los cielos. Me refiero a los dioses instructores de la tierra del Nilo, los Shemsu Hor o «Mensajeros de Horus», portadores de todo tipo de conocimientos.

Así parecen confirmarlo varios documentos –que incluso les atribuyen el diseño de los planos de los templos más importantes–, grabados sobre pieles de gacela y luego ocultados bajo el techo de las mismas construcciones.

Ciertamente, las alusiones a estos misteriosos personajes parecen un poco vagas o imprecisas, pero su encuentro cara a cara con los egipcios tuvo que concretarse justo antes de las primeras dinastías faraónicas. Por lo general, egiptólogos e historiadores consideran a estas entidades figuras legendarias sin ninguna base real. Toda una muestra de lo encorsetada que está, entre dogmas y prejuicios, la visión actual de la ciencia y la arqueología. Sin embargo, otros pensamos que tuvieron un papel preponderante tanto en los primeros pasos como en el desarrollo de la civilización egipcia. Según este punto de vista, los Shemsu Hor serían una estirpe de seres «semidivinos» que incluso habrían llegado a gobernar Egipto antes que los mismos faraones.

Por si esto fuera poco, distintas inscripciones jeroglíficas se refieren a ellos con apelativos tan sugestivos como «los brillantes» o «los resplandecientes», una denominación reveladora –demasiado común en otras culturas– para aludir a esos dioses instructores que descendieron de los cielos.

1 LA PIEDRA DE LOS SHEMSU HOR

Estatuilla de Inmoteph
Estatuilla de Inmoteph. Crédito: Wikimedia Commons

El documento más antiguo en el que aparecen algunos de los nombres de estos supuestos reyes predinásticos es la llamada Piedra de Palermo, que proporciona un registro de algunos hechos que se sucedieron en varios reinados, desde la época predinástica hasta la V dinastía, a la cual pertenece su confección. Se trata de una pequeña losa de basalto que formaba parte de un bloque de unos 200 cm de largo por 60 de alto. En total se han identificado siete fragmentos pertenecientes a la losa principal. Están distribuidos por diferentes museos del mundo, pero es el mayor de ellos el que le otorga el nombre, porque se puede contemplar en el Museo Arqueológico de Palermo.

Piedra de Palermo
La llamada Piedra de Palermo alude al reinado de los Shemsu Hor. Crédito: Wikimedia Commons

La piedra contiene tres registros horizontales de texto. El superior muestra el nombre del faraón de cada periodo. El intermedio presenta los acontecimientos destacados, como fiestas, recuentos de ganado, etc. Por último, la franja inferior indica el mayor nivel anual de la inundación del río Nilo. Pero, –considerado histórico– y bajo idéntica etiqueta –gobernantes de Egipto– aparece el registro de reyes de carne y hueso junto a personajes de ficción? No tiene mucho sentido… En el Antiguo Egipto, grandes personalidades como Imhotep –erudito y sumo sacerdote de Heliópolis– fueron elevadas al rango de divinidad por su obra y erudición siglos y siglos después de su muerte, para remarcar su valía. Nada impide pensar que con los Shemsu Hor ocurriese algo similar; es decir, que por la importancia que tuvieron, se les otorgara de forma honorífica el título de rey de Egipto, el más alto sobre la tierra. Que no se trate de reyes reales –algo totalmente comprensible porque nunca se han hallado suficientes vestigios para afirmarlo– no significa que sean figuras inventadas, sino todo lo contrario. El hecho de que una y otra vez se aluda a estas entidades como algo fuera de lo común, viene a demostrar que no se trata de una cuestión baladí.

2 El PAPIRO DE LOS DIOSES EGIPCIOS EXTRATERRESTRES

Otro de los vestigios válidos de los que disponemos para rastrear la presencia de los Shemshu Hor en el Antiguo Egipto es el Canon Real de Turín, también llamado Papiro Real de Turín. Como su mismo nombre indica, se trata de un papiro con textos en escritura hierática, custodiado en el Museo Egipcio de dicha ciudad italiana. Es una de las listas reales más importantes de las que se conservan en la actualidad. Esta clase de listados presenta inscripciones que contienen una relación, en ocasiones fragmentada, de los faraones de Egipto. Aunque podría ser algo posterior, se ha datado en la época de Ramsés II. Alberga referencias y nombres de aquellos que gobernaron Egipto, tanto de faraones como de otros líderes que les precedieron: dioses, semidioses y más tarde los Shemsu Hor. Resulta cuanto menos curioso que la lista contenga incluso los nombres de reyes menores y hasta de usurpadores.

Canon Real de Turín
Canon Real de Turín. Crédito: Wikimedia Commons

Pero, ¿quiénes eran estos dioses que se paseaban por Egipto antes de la primera dinastía? En una de sus caras, el Papiro de Turín presenta un registro de personas e instituciones, y lo que parece ser una estimación de tributos. No obstante, la otra cara suscita mayor atención, pues dispone de todo un catálogo de dioses, semidioses, espíritus, reyes míticos y humanos que gobernaron Egipto –entre los que se encuentran los Shemsu Hor–, presumiblemente desde el principio de los tiempos hasta la época de composición del documento. Aquí radica el principal problema para los eruditos, pues egiptólogos y arqueólogos aseguran que se trata de pura mitología y solo otorgan validez cronológica a los reinados que parten de la primera dinastía. Pero más allá de que los dioses gobernaran o no Egipto en el pasado, ¿por qué los arqueólogos no otorgan el menor atisbo de realidad a unos personajes tan importantes, mencionados una y otra vez en diversos documentos? Lógicamente, en el mundo académico nadie se plantea la existencia real de unos «seres divinos» en el Antiguo Egipto.

Siempre según el manuscrito, en el principio de los tiempos reinaron en Egipto un grupo de seres semidivinos –mitad hombres, mitad «otra cosa»– a los que el Canon de Turín denomina Shemsu Hor, y que habrían gobernado durante 11.000 años. Una cifra que sobrepasa con creces los límites de la historia aceptada. Sin embargo, tal cronología coincide con otras fuentes, como la Piedra de Palermo y ciertas listas reales. Algunas de las mismas, como la grabada en las paredes del templo de Seti I o la misma Historia de Egipto de Manetón, las analizaremos a continuación.

3 LOS GRABADOS DE SETI I

Uno de los principales propósitos de la construcción del templo de Seti I consistía en la adoración, a través de los grabados de sus paredes, de todos los faraones que reinaron hasta ese momento y de los dioses mayores egipcios a modo de gran capilla funeraria. También en estas representaciones encontramos otra de las más célebres listas reales, la cual enumera 77 reyes de Egipto: desde Menes, de la I Dinastía, hasta el propio faraón Seti. En dicha lista también están los Shemsu Hor. No hay ninguna duda al respecto: para la sociedad del Antiguo Egipto, sus dioses gobernaron la tierra del Nilo mucho antes de que los faraones subieran al trono. Sus nombres están registrados como auténticos gobernantes en varios documentos de este tipo, con cronologías imposibles que incluyen largos periodos atribuidos a los dioses, llegando hasta la friolera de 9.000 años en un sólo reinado. Si estos seres existieron en realidad, habría que formularse varias preguntas: ¿De dónde venían? ¿Cuándo se marcharon? ¿Regresarán algún día?

Lista Real de Abidos
Lista Real de Abidos, presidida por el faraón Seti I y su hijo Ramsés II. Crédito: Wikimedia Commons

Natural de Sebennitos, Manetón fue un sacerdote e historiador egipcio de la época griega o Ptolemaica que vivió la mayor parte de su vida durante la primera mitad del siglo III a. C. Manetón escribió la historia de su pueblo para el mundo alejandrino; una obra sin igual que constituye la referencia principal para los egiptólogos a la hora de determinar los nombres de los faraones y la duración de sus reinados. El historiador se manejaba perfectamente con los jeroglíficos, e incluso era capaz de descifrar el simbolismo presente tanto en las obras arquitectónicas como en las esculturas. Era el sabio más grande de su tiempo. Por esta razón, el hecho de que su obra comience con las mismas dinastías de dioses y otros gobernantes semidivinos que el Papiro de Turín, le otorga mayor relevancia. Para Manetón, del mismo modo que para sus antepasados, los Shemsu Hor eran una realidad patente. Otra vez nos topamos con las huellas de una tradición milenaria, la de los Shemsu Hor, que ya estaban en Egipto antes de la primera dinastía y cuyo recuerdo permaneció vivo hasta el ocaso de esta civilización.

4 EL LIBRO DE LA VACA CELESTE

Los Shemsu Hor no eran una divinidad más. Los sabios del antiguo Egipto lo sabían y dejaron constancia de la existencia de aquellos seres con los que habrían convivido sus antepasados predinásticos. ¿Quiénes o qué eran para dejar una marca tan profunda, cuyo rastro se puede seguir durante más de 3.000 años? Toda una revelación respecto al oscuro origen de los mensajeros de Horus la hallamos en el llamado Libro de la Vaca Celeste o Libro de la Vaca Sagrada. Diversas representaciones del mismo se encuentran en los muros de las tumbas de Seti I, Ramsés II, Ramsés III y Ramsés VI, así como en uno de los féretros de Tutankhamón. Sus raíces se hunden hasta los albores de los textos de las pirámides. Dicho libro relata que los dioses egipcios procedían del cielo. Así de simple y claro. Hace miles de años, los dioses descendieron a Egipto desde las alturas para crear el mundo tal y como hoy lo entendemos.

Sirio y Orión
Sirio y Orión. Crédito: Wikimedia Commons

Estos seres no solo descendieron de las alturas, sino que la tradición los vincula con la luz y lo brillante, al igual que los apkallus, Ahura Mazda y otros dioses instructores del pasado en diferentes culturas y lugares del mundo. Su mismo nombre los delata: los compañeros, seguidores o mensajeros de Horus. Visto lo visto, la de mensajeros es una etiqueta atribuible a los conocimientos que legaron a los habitantes del país del Nilo. Pero, ¿qué hay de Horus? Se trataba de un dios con el que se identificaban todos los faraones. Un faraón podía mostrar más simpatía hacía un dios en particular: Set, Maat, Thot… Sin embargo, cada uno de los reyes de Egipto eran considerados como la personificación viviente de Horus.

Isis, Osiris y Horus
Isis, Osiris y Horus, la tríada, estaban representados por Sirio, Orión y una estrella desconocida. Crédito: Wikimedia Commons

Aunque muchos no lo reconozcan, el origen de esta divinidad supone un verdadero rompecabezas para los egiptólogos. Ya desde los inicios de la civilización de las pirámides, la gran tríada divina formada por Isis, Osiris y Horus se relacionaba con estrellas muy concretas. Isis es la personificación de Sirio y Osiris la de Orión. En cuanto a Horus, sucede tres cuartos de lo mismo. Horus se corresponde con una estrella, aunque ésta no ha sido identificada todavía por los académicos, razón por la cual lo relegan a la categoría de dios primitivo de los cielos. No son pocas las inscripciones que revelan la naturaleza estelar original de Horus, concretamente aquellas referidas a la figura de Horus de la Duat. La Duat era una región del cielo muy particular, formada por estrellas como Sirio o las constelaciones de Orión y la Osa Mayor y algunas otras que las circundan.

tumba de Tutankhamón. Crédito: Wikimedia Commons
El Libro de la Vaca Celeste está grabado en el féretro de Tutankhamón.

Horus «capitanea» o preside la Duat. Otras denominaciones dan fe de este aspecto, pues Horus es «la estrella que está a la cabeza del cielo», «la estrella que está a la cabeza de las estrellas imperecederas», «la estrella de la mañana», «la estrella solitaria», «la estrella que asciende», según diversos textos que se remontan al Imperio Antiguo. Una y otra vez se repite lo mismo: «Horus es la estrella que…», por tanto, hay que reconocerlo como tal. Horus se corresponde con un astro, un cuerpo celeste que aún no se ha logrado identificar. Ahora bien, resulta indudable que los Shemsu Hor aterrizaron en tierras egipcias procedentes de dicho enclave celeste. Parece claro que no eran nativos de nuestro planeta y, por lo tanto, su origen era extraterrestre.

5 LA «ESTRELLA» ASESINA. Alienígenas ancestrales en Egipto

Tutmosis III, faraón de la Dinastía XVIII
Tutmosis III, faraón de la Dinastía XVIII de Egipto. Crédito: Wikimedia Commons

La estela de Gebel Barkal (arriba) es una losa que se conserva actualmente en el Museo de Jartum (Sudán). Se encontró en medio de los escombros de uno de los patios del gran templo de Amón. Mide casi dos metros de altura y su contenido resulta más que intrigante. La estela describe varias campañas militares de Tutmosis III (a la derecha), incluida una que tuvo lugar en Nubia. Debido a la erosión de la piedra, algunas de sus inscripciones están deterioradas. Pero las líneas 33, 34, 35 y 36 del texto describen con todo lujo de detalles la aparición de una estrella luminosa que se plantó sin previo aviso en el campo de batalla. La misteriosa luz atacó a los enemigos del faraón, los nubios, y finalmente desapareció en el horizonte.

El fragmento reza así: «Conoced el milagro de Amón Ra, en presencia de las Dos Tierras. Algo que nunca ha sido visto… Los guardias estaban viniendo con el fin de hacer por la noche el cambio regular de la guardia. Había dos guardianes sentados uno frente a otro. Una estrella vino aproximándose desde el sur. Tal hecho nunca había sucedido. La estrella se colocó sobre ellos y ninguno entre ellos pudo permanecer allí… La estrella se giró como si nunca hubieran existido, y entonces ellos cayeron sobre su sangre. Ahora la estrella estaba detrás de ellos, iluminando con fuego sus rostros; ningún hombre entre ellos pudo defenderse…». En conclusión, la estela de Gebel Barkal contiene todo un Expediente X del Antiguo Egipto. Un auténtico encuentro mortal con OVNIs, como otros descritos en la abundantísima documentación ufológica moderna.

6 UN OVNI FRENTE A AKHENATÓN

En la prolongada historia del Egipto faraónico existieron abundantes gobernantes, pero uno de ellos destacó del resto. Nos referimos al faraón Akhenatón, hijo y sucesor de Amenofis III, que vivió entre los años 1380 y 1362 a. C. Regente de personalidad revolucionaria, consiguió crear un nuevo culto dentro de un imperio muy reacio a los cambios, logrando que la mayoría de sus habitantes comenzaran a adorar al dios sol Atón.

Akhenatón
El monarca Akhenatón se topó con un «disco solar resplandeciente» durante una cacería. Crédito: Wikimedia Commons

Con apenas 18 años accedió al trono, acompañado por la bella Nefertiti como esposa real. Resulta admirable comprobar todo lo que logró a una edad temprana, como establecer una nueva religión. También reubicó la capital del imperio en una nueva ciudad situada en la región de Amarna, a la que bautizó con su propio nombre: Akhetatón. En la actualidad, apenas quedan restos de la urbe, porque acabó abandonada algunos años después. Amarna estaba a medio camino entre Menfis y Tebas, las dos ciudades más importantes de Egipto en aquella época. El mismo Akhenatón eligió la zona de su construcción, que estaba muy alejada de las grandes metrópolis y rutas comerciales. Desde luego, no era una decisión para nada práctica.

El motivo de tal elección, aparentemente ilógica, es un misterioso episodio que hoy no dudaríamos en calificar como encuentro cercano con un OVNI, y que dejó una profunda huella en el faraón. Un extraño objeto luminoso reveló a Akhenatón cuál había de ser la nueva religión para Egipto. Ocurrió en mitad de una cacería, cuando el faraón protagonizó un encuentro con un «disco solar resplandeciente » posado sobre una roca. Interpretó el incidente como algo sobrenatural, pues su brillo era como el oro y púrpura a plena luz del día. Así lo relató el mismo Akhenatón en su Canto IV al dios Atón, donde quedó registrado el suceso. El joven mandatario también explicó que aquello «latía» como el corazón del faraón. Tras esta experiencia, el líder quedó traspuesto y decidió que debía iniciar una nueva época para el imperio del país del Nilo.

En realidad, el faraón se llamaba Amen-Hotep, pero cambió su nombre al de Akhenatón tras el encuentro con el OVNI resplandeciente. Tal y como explica Nacho Ares en su obra Egipto insólito (Corona Borealis, 1999), el nombre de Akhetatón resulta esclarecedor, porque literalmente significa «el horizonte del disco solar». Seguramente decidió llamarse de ese modo en honor a su extraña visión. El ideograma de «horizonte» en egipcio antiguo se representa con el dibujo de un disco sobre unas montañas. Parece claro que los cielos de Egipto no escaparon a la presencia de lo que hoy llamamos OVNIs.

7 LOS TEXTOS DE LAS PIRÁMIDES

Los Textos de las Pirámides son una colección de textos religiosos grabados en las paredes de las pirámides de reyes y reinas a partir de la V dinastía. Constituyen el conjunto de escritos religiosos más antiguos descubiertos hasta la fecha, y nos dan a conocer rituales funerarios, ceremonias religiosas, ofrendas, fórmulas mágicas y, en general, todo lo que podía proporcionar el bienestar del rey muerto y facilitar su nueva existencia en el más allá. Se confeccionaron durante las dinastías V a VIII y los más antiguos fueron descubiertos en la pirámide de Unas, último faraón de la V dinastía. También se encuentran en las pirámides de Teti, Pepi I, Merenra, Pepi II y Aba, y en las de las esposas de Pepi II: Neit, Iput y Udyebten, todas ellas asentadas en la necrópolis de Saqqara.

Anubis
El guardián de las tumbas era Anubis representado como un chacal. Crédito: Wikimedia Commons

Algunos de estos pasajes serán luego grabados en tumbas de nobles de los reinos Medio y Nuevo, y del Período Tardío. Posteriormente se añadieron nuevas fórmulas de acuerdo a la evolución de las formas religiosas, dando lugar a los llamados Textos de los Sarcófagos en el Reino Medio y, más tarde, al Libro de los Muertos. Si bien los textos escritos más antiguos pertenecen a finales de la V dinastía, representan concepciones mucho más arcaicas surgidas en los inicios de la civilización egipcia. Ciertos pasajes reflejan hechos narrados en estelas y mastabas de las dos primeras dinastías, circunstancia que muestra, sin ninguna duda, la importancia de los citados textos mucho antes de ser cincelados en las paredes de las pirámides.

Textos de las Pirámides
Textos de las Pirámides, inscritos en la cámara sepulcral de la Pirámide de Unas, en Saqqara. Crédito: Wikimedia Commons

Diversos pasajes de los Textos de las Pirámides relatan cómo el faraón, imitando a la estrella de los dioses, nace en Orión y, tras cruzar el canal sinuoso, termina alcanzando las estrellas de la parte más septentrional del cielo. Estamos ante una auténtica guía para atravesar el firmamento. Pero no de cualquier manera, sino del mismo modo en que lo hizo la estrella de la que toman el nombre los Shemsu Hor. El rey muerto se convierte en una estrella que nace con Orión, es decir, en sus proximidades. En definitiva, el faraón se está poniendo implícitamente a la altura de Horus, el hijo de Sirio y Orión o de Isis y Osiris: «Anubis tomará tu brazo y Nut te dará tu corazón. Que vueles alto como un halcón, que vueles en lo alto como una garza, que viajes hacia el Oeste… ¡Vive, sé vivo! Sé joven, sé joven al lado de tu padre, al lado de Orión en el cielo» (TP 2178-2180).

En el texto anterior se ordena al rey que viva y sea joven al lado de Orión, su padre; un claro paralelismo con la siguiente declaración: «Oh Rey, eres esa gran estrella, el compañero de Orión, que cruza el cielo con Orión, que navega por la Duat con Osiris; asciendes desde el lado este del cielo, siendo renovado a tu debido tiempo y rejuvenecido a tu debido tiempo. El cielo te ha dado a luz con Orión…» (TP 882-883). Por tanto, una vez fallecido, el faraón será una estrella, una gran estrella –por su importancia– que nació en Orión.

En otro texto leemos: «Yo asciendo al cielo entre las Estrellas Imperecederas, mi hermana es Sirio, mi guía la Estrella de la Mañana, y ellos aprietan mi mano en el campo de las ofrendas» (TP 1123). El rey asciende al cielo hasta colocarse entre las imperecederas del hemisferio boreal. Su hermana es Isis-Sirio, porque el faraón muerto se identifica con Osiris, el dios de los difuntos, y su guía es Horus de la Duat: «Yo cruzaré hacia ese lado sobre el que están las Estrellas Imperecederas, que yo pueda estar entre ellas» (TP 1222). Más de lo mismo: «Que tú (el rey) asciendas como Horus de la Duat, quien está a la cabeza de las Estrellas Impe- recederas…» (TP 1301). Si algo queda claro en los textos anteriores es que el faraón asciende hasta las constelaciones boreales imitando a Horus de la Duat. De modo que la realidad de la estrella de los dioses queda más que demostrada. Sirio y Orión aparecen varias veces en el discurso, y siempre relacionados con la misma. Si estas dos estrellas no son ningún invento, porque ciertamente existen, ¿por qué lo iba a ser la estrella de Horus, que todavía tiene más importancia si cabe? Es evidente que los egipcios identificaban la estrella de los dioses. Sin embargo, ni astrónomos ni egiptólogos han arrojado luz sobre la verdadera identidad celestial de Horus de la Duat. Quizá se trate de un planeta ignoto situado en algún rincón del sistema solar, que todavía no ha sido descubierto. El planeta de los Shemsu Hor…

8 EL MAPA ESTELAR DE GUIZA

A escasos ocho kilómetros de El Cairo se sitúa uno de los complejos arqueológicos más emblemáticos de Egipto: la fabulosa necrópolis de Guiza, que descansa sobre la meseta de mismo nombre. Es la mayor del Antiguo Egipto, con enterramientos datados desde las primeras dinastías, aunque su mayor esplendor lo alcanzó con la cuarta, cuando se erigieron las grandes pirámides que la caracterizan. A pesar de su fama mundial, solo se conoce la décima parte de los tesoros y construcciones que alberga. Allí, sobre la planicie, tres gigantes permanecen erguidos e inamovibles siglo tras siglo, burlando el transcurso del tiempo: Keops, Kefrén y Micerino, pirámides construidas por dichos faraones. Aparte de estas moles pétreas, existen varias pirámides menores subsidiarias, siempre empequeñecidas por sus hermanas, además de templos funerarios, embarcaderos, calzadas ceremoniales, la célebre Esfinge, etc.

Guiza
La meseta de Guiza es una representación del cielo. Crédito: Wikimedia Commons

Asociados a estos monumentos reales se encuentran numerosas mastabas de miembros de la familia real, otras concedidas por el faraón a funcionarios y sacerdotes, y diversas construcciones de épocas posteriores relacionadas con el culto a los antepasados. Los antiguos egipcios consideraban este espacio el territorio de Osiris; por algo contiene también su cenotafio. Robert Bauval y Adrian Gilbert se encargaron de recordar al mundo tal relación cuando publicaron su obra El misterio de Orión (Edaf, 2007). Dichos autores dieron a conocer la presunta correspondencia cielo-tierra entre las tres grandes pirámides de Guiza y las tres estrellas del cinturón de Orión. Keops, Kefrén y Micerino equivaldrían así a Al Nitak, Al Nilam y Mintaka. Digo presunta, porque no todos los egiptólogos y arqueoastrónomos lo tienen claro.

correlación de Orión
Representación gráfica de las tres pirámides de Giza según la teoría de la correlación de Orión. Crédito: Wikimedia Commons

De momento, lo único demostrado fehacientemente es que el conjunto se levantó alineado con Heliópolis, la ciudad del dios Sol. Acudamos pues allí. La legendaria ciudad de Annu o Heliópolis era la sede de un poderoso clero y del gran templo de Ra. Como guardianes del culto oficial, sus sacerdotes ejercían una enorme influencia. De hecho, en tiempos de Alejandro todavía era famosa su escuela de sabiduría. Pero hoy ha sido engullida por El Cairo y apenas queda nada de su glorioso pasado. Heliópolis se considera el núcleo de la antigua civilización egipcia, aunque la historia no ha sido demasiado benevolente con ella.

Esta ciudad ya existía antes de la época de las pirámides, construcciones cuya forma parece haberse inspirado en una misteriosa reliquia que allí se guardaba: el ben-ben. Sobre una gran plataforma se alzaba el templo de Ra, al que los antiguos egipcios llamaban Hut aat, «el Gran Santuario» o principal santuario de la Tierra. En su interior se encontraba una primitiva columna sobre la cual descansaba el ben-ben. El mismo nombre de Annu significa al parecer «la ciudad de la columna» (un soporte para el ben-ben). Aunque no se hayan hallado sus restos –como consecuencia de las enormes dificultades para excavar allí–, el complejo del culto solar contenía un elemento femenino importante: un templo dedicado a la diosa Hathor. Además, en un panel de limonita encontrado en el templo principal, se puede leer un decreto del faraón Nebimes para que se realice una revisión del templo, refiriéndose al emplazamiento sagrado de la diosa. En otros registros se la reconoce como «señora de Annu». En consecuencia, el complejo representa tanto a Ra como a la diosa. Pero, ¿no es Hathor, igual que Isis, una de las caras de Sirio? Para los egipcios, sí. Por lo tanto, Annu no solo es la imagen del Sol sobre la Tierra, sino también la de Sirio. De este modo, Orión plasmado en la meseta de Guiza tendría su contrapartida con Sirio en Heliópolis. Ambas ubicaciones estarían reflejando a Sirio y al cinturón de Orión de forma simbólica. Es este vínculo estelar entre Sirio y Orión el que explica el alineamiento de ambos emplazamientos. Ahora solo nos queda ubicar el de Horus –el cuerpo celeste del que procedían los Shemsu Hor– para cerrar la tríada al completo.

templo de Heliópolis
Modelo de la entrada al templo de Heliópolis. Crédito: Wikimedia Commons

9 UN ROSTRO ALIENÍGENA: LA GRAN ESFINGE

Uno de los monumentos colosales de Egipto que ha hecho correr ríos de tinta es la Gran Esfinge, la más grande de todas las esculturas y que forma parte del mismo complejo de Guiza. Resulta una visita obligada para cualquier turista. Se realizó esculpiendo un montículo de roca caliza que asomaba ligeramente por encima de la meseta. Su cuerpo presenta forma de león, mide unos 20 metros de altura y el rostro más de cinco. Su longitud alcanza los 57 metros. La mayoría de egiptólogos aceptan que su cabeza podría representar al faraón Kefrén, a quien se atribuye su construcción. En la Antigüedad estaba pintada en vivos colores: rojo para el cuerpo y la cara y rayas amarillas y azules para el nemes (tocado egipcio) que cubre su cabeza. Desde siempre, la esfinge gozó de la veneración y un especial culto por los egipcios, que se prolongó más allá del ocaso del imperio faraónico. Se identificó con el dios egipcio Horus como Hor-em-Ajet o Harmakis: «Horus en el horizonte». Es decir, que la esfinge representa alguna faceta de Horus. Sin embargo, su forma de perro o chacal no puede ignorarse a la ligera en esta historia pues, como apunta el investigador y escritor Robert Temple, en los Textos de las Pirámides es citada como tal y deviene una pista crucial sobre su cometido.

La Esfinge
La Esfinge. Al fondo, la Gran Pirámide de Guiza. Crédito: Wikimedia Commons

Veamos un fragmento de los citados textos: «Las puertas del cielo serán abiertas para ti, para que puedas salir por ellas como Horus y como el chacal junto al que esconde su forma de sus enemigos, (porque) no hay padre entre los hombres que pueda engendrarte, porque no hay madre entre los hombres que pueda darte a luz» (TP 659). En resumen, las puertas del cielo se abrirán para que el rey salga como Horus –una estrella que, recordemos, nace en Orión– en forma de chacal, cuya identidad «horusina» es desconocida para los enemigos de Egipto. Ni hombres ni mujeres lo pueden engendrar porque su naturaleza no es humana. Teniendo en cuenta lo anterior, me planteo la siguiente cuestión: ¿Acaso no tendría la esfinge aspecto de chacal en sus orígenes? Hace nada hemos visto que Sirio y Orión tenían sus equivalentes sobre el suelo egipcio en Annu y Guiza respectivamente. Si sabemos que Horus era el más importante de esta tríada, parece evidente que también debía tener su «reflejo» en la tierra del Nilo. No se puede entender que los egipcios construyesen a modo de mapa celeste monumentos a sendas estrellas y se olvidaran de erigir uno para la más importante de todas ellas: Horus, miembro indispensable de la tríada divina, sin la cual nada tenía sentido en el país de los faraones. Dado que la esfinge que representa a Horus descansa en los dominios de Osiris-Orión (la meseta de Guiza) y los Textos de las Pirámides dejan constancia de que Horus en forma de estrella apareció en Orión, creo que no me equivoco si concluyo que la esfinge marca la posición de la estrella Horus cuando nació, haciendo acto de presencia cerca de Orión. Quizá con esta forma canina la esfinge estaba protegiendo simbólicamente a su padre Osiris/Orión, tal como se indica incansablemente en los Textos de las Pirámides. Pero no solo la faceta de chacal de la esfinge apoya esta novedosa hipótesis que expongo. Fíjémonos ahora en el nombre árabe de la esfinge: Abu el-Hol, algo así como «el padre del terror». Porque el origen del vocablo probablemente desciende –según Robert Temple– del egipcio bw Hwr: «el lugar de Horus». A lo que hay que sumar que, muchísimo antes de la ocupación árabe, todavía en el Imperio Nuevo, el nombre de la esfinge era Harmakis Hor-em-Ajet, que significa «Horus está en el horizonte». Teniendo en cuenta que Horus es una estrella, el sentido de este apelativo cobra su autentica dimensión, pues claramente se está refiriendo a un astro que nace o aparece en el firmamento. Eso es lo que significa «estar en el horizonte» cuando se aplica a cualquier astro. Los antiguos egipcios se referían a las esfinges como shesep-anj, que significa algo así como «imagen viviente ». Por tanto, la Gran Esfinge de Guiza es la viva imagen de Horus, el rostro oculto de un cuerpo planetario del sistema solar todavía por descubrir, patria de los Shemsu Hor, los dioses extraterrestres predinásticos.

10 EL ZODIACO DE DENDERA Y EL REGRESO DE LOS DIOSES

Uno de los templos mejor conservados de todo Egipto, de singular hermosura y no menos popularidad se alza orgullosamente en Dendera: el templo de la diosa Hathor. De igual modo que sucede con gran parte del conjunto de templos egipcios, está construido sobre los restos de otro anterior. Algunos documentos remontan a la época de Keops la antigüedad de Dendera; seguramente entonces ya habría algún pequeño santuario por allí que no ha logrado sobrevivir. La construcción del templo de Hathor es tardía. Se cree que comenzó a levantarse durante el reinado de Ptolomeo VIII o Ptolomeo IX en el siglo II a. C., pero a pesar de todo conserva el encanto de sus homólogos de época faraónica. No obstante, algunas inscripciones sugieren que una parte importante de las obras se iniciaron el 16 de julio del 54 a. C., coincidiendo con el orto helíaco de Sirio, con el cual está alineado. También parece estar orientado hacia Alkaid –Eta Ursae Majoris–, siguiendo el eje norte-sur en su orto del mismo año. Su construcción se completaría 34 años después, en el noveno año de reinado de Augusto, es decir, entre el año 21 y 20 a. C.

templo de Dendera
El templo de Dendera es conocido por su zodiaco, que ocultaría un enorme secreto. Crédito: Wikimedia Commons

En el interior del templo, los muros guardan las descripciones de las ceremonias y procesiones que allí se realizaban, además de los perfumes y ungüentos empleados en dichos actos. Es en la capilla Este número 2, dedicada a la resurrección de Osiris, donde encontramos codificada la fecha del regreso de los dioses extraterrestres. Hasta 1821, el techo lucía el zodiaco de Dendera, una pieza exquisita y hechizante a partes iguales. En dicho año lo trasladaron a París, aunque en la actualidad los visitantes pueden disfrutar  de una réplica de escayola en su lugar. Desde mi punto de vista, el zodiaco de Dendera oculta un mensaje «divino» de extraordinaria importancia. Para empezar, debemos señalar que en una parte del disco se encuentra integrado un grabado con el nombre del emperador romano Calígula, lo cual no deja lugar a dudas sobre la fecha de su confección. Por tanto, el zodiaco de Dendera data de entre los años 37 y 49 de nuestra era, así que todavía no ha alcanzado su 2.000 aniversario. El disco en sí es una representación del cielo: la diosa Nut dentro de una especie de diagrama circular que contiene constelaciones, planetas y símbolos relacionados con estos.

Como cualquier obra de arte, este peculiar zodiaco es una expresión de quien lo concibió, cuya finalidad era transmitir algún mensaje a los observadores. Tras un minucioso análisis, conseguí desnudar cada elemento presente en este misterioso zodiaco. Todos los detalles los he dado a conocer en decenas de páginas de mis libros anteriores, de modo que mis investigaciones superan con mucho el espacio asignado para este reportaje. Mi conclusión es que el zodiaco de Dendera representa ciertos conceptos astronómicos y sus inmediatas repercusiones, muy ajenas a la época de su creación. El contenido del disco no se ha distribuido al azar, sino que se trata de un mapa del cielo que apunta directamente a momentos concretos del pasado y del futuro, algunos de ellos incluso anteriores a la confección de los Textos de las Pirámides. Así es como las distintas posiciones de los «siete planetas» (Sol, Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno) conocidos en aquella época aparecen en el planisferio a modo de marcas temporales. Algunas de ellas señalan la última aparición de «Horus de la Duat» o «la estrella de los dioses», justo en los inicios de la civilización egipcia, cuando los Shemsu Hor y otros dioses instructores contactaron con nuestros antepasados.

El Zodiaco de Dendera
El Zodiaco de Dendera. Crédito: Wikimedia Commons

Pero nos interesa una de esas marcas temporales en concreto, porque se refiere a un evento que todavía está por llegar: la próxima manifestación de la estrella de los dioses y, por lo tanto, del regreso de los mismos. La trama se teje alrededor de la figura de la constelación de Acuario, donde todo el simbolismo que la acompaña deja entrever el mayor secreto –de carácter extraterrestre– que los egipcios salvaguardaron. El fruto de mis investigaciones indica que el zodiaco de Dendera predice el preciso instante en el cual la estrella de los dioses volverá a hacer acto de presencia en el cielo nocturno. Ocurrirá en las proximidades del año 3855 de nuestra era. Una nueva estrella aparecerá en el cielo y entonces volverán a producirse episodios de contacto con los dioses extraterrestres, similares a los que describieron los dogón, los sumerios, los egipcios y otras antiguas civilizaciones.


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Autor: Samuel García Barrajón y Rosa Gómez Uribe

Samuel García Barrajón es investigador y escritor. Sus artículos se han publicado en diferentes revistas nacionales e internacionales y ha sido entrevistado en más de 50 medios de comunicación. Su lema: busca y encontrarás. Rosa Gómez Uribe Desde muy pequeña ha vivido ciertas experiencias inexplicables. Mientras reflexiona sobre el pasado o visita ciertos enclaves, percibe historias relacionadas con el personaje, cosa o lugar protagonistas. Ella lo llama “Arqueología Sensitiva”.

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